lunes, 25 de mayo de 2015

Gentes de mi tiempo y de mi tierra. Waldo Marco

GENTES DE MI TIEMPO Y DE MI TIERRA

WALDO MARCO


  En términos deportivos, la carrera de Waldo Marco al frente de los destinos del Real Zaragoza fue de veras fulgurante y espectacular. Sin echar mano de los archivos, éstos son algunos de los hitos que señalan sus cinco años de gestión: dos Copas de España y dos finales del mismo torneo, una Copa de Ferias y una final, un Carranza, tres participaciones en esta gala de Cádiz, sin perder ni un solo encuentro, un “Ciudad de Niza”, una semifinal de la Recopa, una serie internacional de Caracas...

  Junto a esa asombros lista de trofeos, hay dos cosas que no siempre acompañan al triunfo: una, haber elevado el fútbol de casa a un rango de gloria y brillantez desconocido hasta su mandato que es, tras su marcha, al menos hasta ahora, irrepetido. Otra, haber ganado para el club aragonés, más acá y más allá de nuestras frontera, una estela tal de solera y prestigio, de respeto y simpatía, que parecía inalcanzable, dados los modestos logros conquistados antes de la llegada de Waldo Marco al sillón presidencial de la calle Requeté Aragonés. En suma, que si las vitrinas de la sede de la sociedad tienen algún fulgor singular y si el nombre del club, escuchado entonces con reverencia, despierta todavía algún eco de admiración, algo se debe al lustro presidencial de don Waldo Marco Carrascón.

  Una labor de dirección que llega a alcanzar éxitos tan sorprendentes con tan rara constancia no es, de ninguna manera, fruto de la suerte. Algo debía tener ese hombre –y su equipo colaborador- para lograr semejantes cimas de privilegio. Una victoria puede ser don del azar. Una cadena ininterrumpida de logros excepcionales se debe sólo a la categoría del que los busca y pone losmedios para merecerlos. De casualidades y milagros, nada. De talento y señorío, todo.

  A pesar de esta resplandeciente trayectoria, sospecho que las hojas que guardan, en el abultado álbum de recuerdos, las imágenes de su fecunda labor rectora están orladas con una cenefa de tristeza. El fútbol- y meto ahora en el vocablo el espectáculo y los mil factores que lo condicionan- no le pagó la inmensa deuda que con él había contraído. Jamás, que yo sepa, como bajo el rectorado de Waldo Marco, la Romareda fue escenario de mejores esencias balompédicas y, a la vez, de más groseros insultos.

  La “afición” o no estaba preparada para catar y valorar tanta maravilla o no digería que un paisano suyo, ejemplarmente sencillo, condujera a su club más arriba de donde llegaban solo los eternamente poderosos. Desde que se marchó Waldo Marco, la “masa” ha aprendido mucho, no sé si en saber futbolístico, pero sí, desde luego, en paciencia: el correctivo de la segunda división fue muy duro para que se olvidara la lección. La presencia de los “magníficos” en nuestro campo municipal hace unos días debía de inundar de nostalgia el corazón de don Waldo. A muchos debió confirmarles en su tardío arrepentimiento.

  Quizás, la justa medida de su talla humana y espiritual la está dando ahora en sus años de expresidencia cuando ha sabido esconder el dolor y la gloria en el más gallardo de los silencios. Sin resentimientos ni lamentaciones, sin arribismos ni vanidades, sigue su camino honrado y limpio, sin necesidad de recordar a nadie, para triunfar en la vida, su excepcional hoja de servicios. 

  El fútbol fue para él todo menos trampolín, tribuna o prebenda. En el silencio del desencanto tras sus cinco años presidenciales, jamás hizo una declaración, limitándose a hablar con el único vocabulario que proclama la verdad de una vida: los hechos. Estosvalen más y justifican más que una letanía de desahogos. Los hombres de temple se agarran a los hechos con la misma fuerza con la que huyen de la verborrea.

   Es casi seguro que la mayoría de los zaragozanos sólo conocen a Waldo Marco a través del prisma de fútbol. Y es una pena, porque esa óptica se presta a graves errores de perspectiva y sobre todo, porque no puede ofrecer con garantía la estampa completa del hombre. Waldo Marco no apoya su integridad en la tierra movediza de un triunfo presidencial sin paralelo. No es singular en la ancha geografía de sus innumerables amigos de todas clases por la frágil popularidad de sus cinco años de máximo responsable de un club. Antes, mucho antes, y después, mucho más allá de su mandato, la personalidad de Waldo Marco emerge por sí sola, sin aditamentos extraños, con el aire de sus cualidades singulares. En una palabra, que la presidencia del Real Zaragoza fue un paréntesis, todo lo glorioso que digo, pero un paréntesis nada más.

   Los que le conocen siempre, desde que arranca de Aniñón, pasando por sus años de estudiante y por su temprano servicio directo al Caudillo (mil anécdotas interesantísimas cosidas a sus estrellas de oficial), siguiéndole en su espíritu aventurero de trotamundos infatigable, hasta terminar en el hoy de un competente y honrado industrial, han llegado al convencimiento de que Waldo Marco, tiene un carisma especial: hacer amigos, desde el embajador al limpiabotas, desde el obispo al botones de un hotel, desde Stanley Rous al gitano del barrio.

  Para comprobarlo no es necesario sorprenderle en los aledaños de un estadio, sino en un pedazo cualquiera de este mundo nuestro. Waldo Marco, con su arrolladora simpatía y su fantástico caudal de virtudes humanas, es lo que es desde la cuna y así será hasta la sepultura. Ni siquiera ha podido estropearle el tramposofútbol de nuestros días. El seguirá siendo como siempre: bueno hasta el exceso, desprendido hasta el derroche, amigo hasta lo increíble, generoso hasta el colmo, sencillo hasta lo censurable...

  Los que me lean, dirán que quien firma estas cuartillas debe ser un buen amigo agradecido que maneja con perfección el incensario o conoce al detalle el buen uso del ditirambo. Se equivocan: mi pena es haber conocido a Waldo Marco demasiado tarde, y no le debo más que el regalo, tardío y sin posible compensación, de su leal amistad.

  ¿Defectos? Claro que los tiene, aunque yo no acierte a descubrir su cuantía. Sobre todo, tiene uno: sigue amando apasionadamente el fútbol y anhelando con locura los triunfos del equipo de sus amores. Fidelísimo a su asiento de socio innominado, contempla cada domingo los avatares de la competición y, en el silencio de su deber cumplido, sin ufanías ni destemplanzas, siente la nostalgia de un pasado glorioso para el que desea de verdad un
pronto y triunfal retorno.

  Tened la seguridad de que si llegara la segunda edición de la época que, hasta ahora, sólo él supo forjar, Waldo Marco sería el primero en levantarse de su asiento y aplaudir. Hoy, como ayer y como siempre, Waldo Marco, educado en la mejor de las milicias, sigue cumpliendo con su deber y estando en el sitio en el que solo saben estar los hombres de mucha clase y categoría.

  Definitivamente, para mí y para cuantos le conocen de veras, el álbum de los recuerdos de don Waldo Marco Carrascón está, todo él, orlado con franjas de oro. Aunque, al repasarlos hoy, no pueda evitar en el fondo de su alma el sabor agridulce de la melancolía.

19 de febrero de 1974

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