viernes, 22 de mayo de 2015

Gentes de mi tiempo y de mi tierra. Juan B. Poquelin Molière

 

   GENTES DE MI TIEMPO Y DE MI TIERRA

          JUAN B. POQUELIN MOLIÈRE



  En una sencilla alcoba de su casa de la parisiense calle Richelieu, Molière entra en agonía. Dos religiosas clarisas están a la cabecera de la cama rezando por el enfermo.

  Su sirvienta, La Forest, ha ido a buscar a un sacerdote a la vecina parroquia de San Eustaquio. En vano: uno después de otro, Ios abates Lenfant y Lechat no quieren acceder a las reiteradas súplicas de la buena mujer.

  Un miembro de la familia, Mr. Aubry, logra convencer a un tercer sacerdote, el reverendo Paysan, pero cuando este llega al domicilio, Molière acaba de expirar. Sonaban en aquellos instantes las diez campanadas de la noche del 17 de febrero de 1673. Sólo un par de horas antes, el mismo Molière, sobre el escenario del vecino teatro del Palacio Real, hacia reír a todos los espectadores de una de sus obras.

  Armanda, su mujer, comienza a preparar el entierro cristiano de su marido. Va a la iglesia de San Eustaquio, cuyo párroco, apoyándose en el pretexto de que el difunto murió sin confesarse, «cosa absolutamente necesaria, pues Molière, por su condición de hombre de teatro se halla fuera de la comunión de la Iglesia», niega la autorización de una sepultura cristiana.

  Se dirige, entonces, al propio arzobispo de París, monseñor Harlay de Champvallon, a quien hace ver que su marido expresó ante testigos su deseo de recibir la extremaunción y que, además, comulgó por la última Pascua. Viendo al prelado sumamente reticente, Armanda solicita una audiencia del rey.

  Tras la entrevista, Luis XIV da orden al arzobispo para que autorice la inhumación religiosa, si bien monseñor exige que la ceremonia se desarrolle sin ninguna pompa y con la presencia de dos sacerdotes solamente: ni en San Eustaquio ni en ninguna otra iglesia de su diócesis podrá celebrarse un funeral solemne.

  El entierro tuvo lugar el 21 de febrero, a las nueve de la noche, ante una inmensa muchedumbre. Aparte de la hora inusitada, otra cosa extraña llama poderosamente la atención: el féretro va cubierto con el velo mortuorio propio de los tapiceros. De este modo, la autoridad religiosa quería demostrar que, en aquellos momentos, se enterraba a un tapicero y no a un genio de la comedia teatral. 

  El «caso» Molière se inscribe en el contexto histórico de severidad con que, en aquella época, las leyes eclesiásticas trataban a las gentes que se dedicaban a hacer teatro. El rigor era tan terrible que se les negaba sacramentos y sepultura católica. El arzobispo de Paris prohibía a sus fieles ir a ver «Tartufo”. Años después de la muerte de Molière, el gran Bossuet lo condenaba todavía como un enemigo de la Iglesia. 

  La figura de Molière fue rehabilitada cristianamente de alguna manera el 17 de enero de 1922 con una misa celebrada en la parroquia de San Roque de París para conmemorar el tricentenario de su nacimiento. Unos años más tarde se fundaba en la capital francesa la Unión Católica del Teatro, cuya vida sigue siendo hoy floreciente. El 18 de mayo de 1925, Pío XI recibía en audiencia a algunos artistas franceses ante los que reconoció que Bossuet había exagerado.

  Todos estos datos de la muerte de Molière parecen hoy anecdóticos. Entonces fueron, mas bien, dramáticos. Y es que los juicios de los acontecimientos pasados hay que darlos, para ser completos, teniendo en cuenta la adecuada perspectiva histórica.En cualquier caso, sólo queríamos decir aquí y ahora -eso sí, con respetuosa devoción- que el fenomenal Molière, hace hoy trescientos años, fue enterrado como un sencillo artesano.

                                                                                                                21 de febrero de 1973

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