sábado, 9 de mayo de 2015

Gentes de mi tiempo y de mi tierra. Mariano Crespo

GENTES DE MI TIEMPO Y DE MI TIERRA

Mariano Crespo


¿Verdad que no te enfadas porque te llame así, Mariano a secas, y no te diga “Reverendísimo Padre”?. Aparte de nuestra amistad, creo que tengo una razón convincente para no emplear títulos de privilegio, aunque tú los vayas a merecer en seguida: y es que escribo estas líneas horas antes de que empuñes tu báculo y cubras tu cabeza con la mitra blanca. Llego a tiempo, pues, de evocar todavía la humanísima figura de Mariano antes de ser consagrado Abad. Luego, ya no; al menos, en público y en letras de molde, habré de decir o escribir “Excelencia Reverendísima”. Si lees esto antes de las cinco de la tarde de hoy, perdóname, Mariano; pero si lo lees después de esa hora, “que Vuestra Paternidad me dispense”...

El caso es que yo aun estoy viendo la cara de asombro que ponían todos los buenos vecinos de Longares cuando de boca en boca fue corriendo la noticia absolutamente inesperada de que Mariano se marchaba a la Trapa. Sobre todo, las chicas no acertaban a comprender qué misteriosa idea se había colado en el cerebro del joven más apuesto y simpático de la localidad, que le impulsaba a dejar, de golpe, requiebros y aventuras, merendolas y trasnochadas, el buen vino de la tierra y la fácil conquista de una guapa compañera para la vida.

Hace unos diez años, Mariano era la imagen y el símbolo de una juventud rural llena de vida, tan llena que parecía que le explotaba y se le salía a chorros por su humanidad ancha y alta, por su piel morena tostada por mil soles y alumbrada por millones de estrellas; porque Mariano vivía con igual intensidad de día y de noche.

Con Mariano había que contar para todo en el pueblo: lo mismo para organizar una tanda de ejercicios espirituales que para improvisar una juerga; lo mismo para sacarse de la manga un número fuera de programa en las fiestas del patrono que para montar una romería a una ermita de la Virgen con participación de toda la comarca. Si preguntabais en cualquier rincón del campo de Cariñena por Mariano, todos sabían que os referíais a Mariano Crespo, el chicarrón de Longares, sueño de las chicas jóvenes, terror de las pandillas, paladar de las bodegas y plaza segura y permanente en las meriendas camperas...

A pesar de sus extremismos, un tanto locos, todos reconocían que se trataba de un chaval extraordinario y que, dentro de su altanera corpulencia, escondía un corazón de niño bueno. Por eso, a los que le conocíamos por dentro y sabíamos de la finura de su espíritu, no nos extrañó nada que un buen día tomara la decisión de buscar un campo más ancho para dar rienda suelta a toda su capacidad de trabajo, de servicio y de amor. Como era generoso hasta el extremo, escogió lo que le pareció más difícil: la Trapa. Y se fue al Monasterio de la Oliva, con la idea de ser hermano lego y dedicarse a lo que él sabía: trabajar la tierra y rezar, rezar mucho. De día y de noche...

Empezó su noviciado gastando toda su juventud y sus energías entre la azada y la granja, la granja y el breviario. La primera vez que lo vi con el tosco sayal de trapense y con unas gafas elementales ante sus ojos, me quedé impresionado. Se marchaba a Roma a seguir sus iniciados estudios eclesiásticos. El, que se había marchado a la Trapa para cultivar la tierra y decir oraciones, se veía obligado a dar un cambio total a su vida; pero entonces, ya no era el jefe indiscutible de la pandilla de su pueblo, sino el hijo de la obediencia. Y, entre latines y teologías, se ordenó sacerdote de Jesucristo.

A Mariano le acaban de nombrar Abad de La Oliva. Y hoy, precisamente, lo van a consagrar, con asistencia de cuatro obispos, de todos los Abades de la Orden, de casi cien sacerdotes y, naturalmente, de todo Longares. Sus paisanos se han desplazado hasta La Oliva para ver cómo maneja el báculo este hijo del pueblo que, hasta en las cosas serias y profundas, no deja de sorprender. ¿Qué dirán, qué pensarán los que fueron mozos de su misma quinta cuando vean a Mariano con la cruz pectoral sobre el corazón y se acerquen a besarle el anillo pastoral? Y él, Mariano, ¿qué dirá, qué pensará?

Hablará poco. Su brazo labriego, hecho para el arado, caerá rendido de repartir bendiciones al modo episcopal. Pero, por encima de sus atuendos prestigiosos y de sus atribuciones singulares, Mariano repartirá abrazos a todos sus paisanos y evocará, entre silencios y lágrimas, aquellos años en que, a caballo de juergas sin demasiada malicia y cursillos de espiritualidad, se iba madurando su recia personalidad de Pastor y Padre de las almas.
Ya sé que la inmensa mayoría de mis lectores no conocen a Mariano, este mozo aragonés convertido en patriarca de monjes. Pero yo quería dedicarle este pequeño testimonio de admiración y homenaje en el día de su consagración abacial. Y, con ello, ofrecer a todos la oportunidad de conocerle si un día cualquiera vais de excursión por Carcastillo y se os ocurre acercaros a visitar y conocer esa maravilla de arte y piedad que es el Monasterio de la Oliva: preguntad por su Abad y allí tendréis a Mariano como el mejor guía para la visita y el mejor aliento para la bondad.

                                                                                                             24 de abril de 1972

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