miércoles, 27 de mayo de 2015

Gentes de mi tiempo y de mi tierra. Cardenal Marty

 GENTES DE MI TIEMPO Y DE MI TIERRA

CARDENAL MARTY


  Se le nota enseguida. Su acento le denuncia claramente como un auténtico “auvergnat”. Tiene aire campechano y su aspecto de cura rural ofrece a quien no le conoce una idea equivocada de su gran personalidad.

  Cuando monseñor François Marty fue llamado de su pequeña y tranquila diócesis de Reims para ocupar la sede que había dejado vacante el cardenal Veuillot, parisino nato, la alta burguesía se conmovió en sus más profundas raíces. “Roma nos manda un labriego como arzobispo de la capital de Francia”, decían algunos descontentos, entre el orgullo y la amargura. El paso del tiempo ha hecho que los católicos de esta inmensa diócesis hayan descubierto que bajo las apariencias de un clérigo bonachón se esconde un gran hombre de Iglesia. Les ha bastado acercarse a él para convencerse de que su inteligencia y, sobre todo, su corazón, están a la misma altura que su sencillez. A un nivel fuera de lo común.

  “¿Conoce usted España?”- le he preguntado mientras comíamos juntos más que frugalmente en une “self- service” de la calle St. Jacques, que tiene tantas resonancias hispánicas por aquello del camino francés hacia Compostela.

 “Sólo he llegado hasta Fuenterrabía, pero espero la ocasión propicia de visitar vuestro país y devolver la visita que el año pasado me hizo el cardenal Tarancón”.

   Esto del “self- service” no es ninguna novedad para Monseñor Marty: en el propio arzobispado funciona uno semejante y a él acude el prelado siempre que no se ve obligado a invitar a los numerosos obispos de todo el mundo que pasan por este inmensocarrefour que es París. Teniendo el comedor junto a su despacho, es fácil adivinar la intensidad de su trabajo diario.

  Sin embargo, su obsesión en esta gigantesca urbe, tan fácil para el anonimato y la soledad, es estar cerca de su pueblo y de sus curas. Por eso no desaprovecha ninguna ocasión que se le presenta para ponerse en contacto con todos. “Yo quiero ser un parisiense más”, me repite una y otra vez.
 
  Todas las mañanas va a pie desde su casa al arzobispado. Media hora de camino. Hay días –muy pocos- en que pilota personalmente su “2 caballos”.
  
  Con su traje negro, pobre y sobrio, su pañuelo gris con motas azules ocultando “su collar”, un sombrero “ruso” en su cabeza y una gabardina oscura, atraviesa St. Germain des Près, cruza el Sena y por cerquita de las galerías Lafayette llega a su despacho junto al boulevard Hausmann. Algunos le reconocen en el trayecto: “¿Ça va, mon Père?”. Nadie le dice “Eminencia”.
 
  Es un conversador admirable. Le he preguntado muchas cosas. Otro día se las contaré a mis lectores. Ahora, en esta crónica de urgencia, no es posible ni siquiera resumir una hora de charla.
 
  Tras el café, marchaba a los estudios de Radio Europa número 1. El entrevistador de turno iba a preguntarle, entre otras cosas, qué pensaba sobre el aborto y la confesión. “¿Teme a la radio?”. “Oh, no. Ojalá me llamaran todos los días para poder hablar de
Dios”.
 
  El cardenal Marty, arzobispo de París y presidente de la Conferencia Episcopal Francesa, se va en busca de un nuevo contacto con sus hijos. “Au revoir, mon Père”.

22 de febrero de 1974

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