jueves, 30 de abril de 2015

LAUDATIO. XXIII PREMIO A LA EXCELENCIA PROFESIONAL DE ROTARY CLUB A LAS UNIDADES DE RESCATE E INTERVENCION EN MONTAÑA DE LA GUARDIA CIVIL EN ARAGON



L a u d a t i o


XXIII PREMIO A LA EXCELENCIA PROFESIONAL DE ROTATY CLUB  A LAS UNIDADES DE RESCATE E INTERVENCION EN MONTAÑA DE  LA GUARDIA CIVIL EN ARAGÓN (21  DE ABRIL DE 2015)


Señor Presidente de Rotary Club de Zaragoza
Excmo. Sr. Delegado del Gobierno en Aragón
Excmo. Sr. General Jefe de la 8ª Zona de Aragón de la Guardia Civil
Ilmo. Sr. Coronel Jefe del Servicio de Montaña de la Guardia Civil   
Excmas.  Autoridades civiles y militares
Consocios y amigos  de Rotary Club de Zaragoza
Señoras y Señores


                                       Rotary Club de Zaragoza siente hoy una inmensa alegría al acoger en su particular y exigente Galería de la Excelencia Profesional a las Unidades de Rescate e Intervención en Montaña de la Guardia Civil en Aragón.


 En esta particular y brillante Lonja de personalidades selectas que custodia Rotary como un tesoro, figuran hombres, mujeres, empresas, entidades y asociaciones que, con su talento y su honradez, han prestigiado los más diversos campos de la actividad humana: la docencia, la investigación, la medicina, el periodismo, la acción social, el comercio, la historia o el arte. Todo ellos, además, han contribuido con su trabajo, dedicación y esfuerzo  a elevar el nivel humano, científico, cultural y moral de Aragón.


  Hasta hoy, son ya 22 fotografías, 22 modelos, que hemos colgado en las paredes de ese salón  del espíritu, en esa especie de aula magna, invisible, pero real, que Rotary ha creado para perpetuar la memoria y el magisterio de los mejores.  Son 22 estampas, que simbolizan conductas ejemplares y que, para nosotros, y creemos que para toda la sociedad, vienen a ser, unas veces, reproche por nuestra indolencia, en otras ocasiones, grito por nuestra cobardía y, siempre, luz para nuestro camino. 


A ese reducido grupo de selectos se incorporan hoy con todo merecimiento las UNIDADES DE RESCATE E INTERVENCIÓN EN MONTAÑA DE LA GUARDIA CIVIL EN ARAGÓN. Y quiero señalar desde el principio que, aun cuando Rotary, en la creación y concesión de este Premio, no ostenta representación ni delegación de nadie, al entregar este galardón hoy en este acto, se arroga el orgullo de  interpretar el sentimiento de todos cuantos conocen a la Guardia civil y saben cómo trabaja. Al fin y al cabo, a las asociaciones intermedias, como es el caso de Rotary, les corresponde, entre otras funciones, el derecho y el deber de ser intérpretes de los problemas y aspiraciones del conjunto de la sociedad ante los poderes públicos. 


 Por eso, este Premio a la Excelencia Profesional, señoras y señores, queridos y admirados miembros de las Unidades de Rescate, lo ha creado Rotary y os lo entrega Rotary, pero tened la seguridad de que, por nuestro medio, os lo concede toda la sociedad aragonesa, ya que es todo Aragón quien tiene el más elevado concepto de vuestra conducta y la más sincera admiración por vuestra manera de entender el ejercicio de vuestro trabajo profesional.


Citaré tres datos recientes que confirman la alta estima  que tiene la opinión pública de la categoría, la profesionalidad  y el buen hacer de esta magnífica institución que premiamos  hoy. 


En primer lugar, recordaré que, según constatan cada año  los barómetros del CIS, la institución más y mejor valorada por el conjunto de los españoles es la Guardia Civil.  Y nuestro Club rotario ve a las Unidades de Rescate e Intervención en Montaña, como una de las ramas más cobijadoras y eficientes de ese noble  y robusto árbol que es la Guardia Civil.

En segundo lugar, aporto aquí el testimonio de los guardas de los Refugios de Aragón en apoyo del trabajo de las mencionadas Unidades, a propósito de una polémica suscitada  con ocasión de la publicación, por parte del Gobierno aragonés, de la Ley del 7 de marzo de 2013, sobre Regulación y Coordinación de los Servicios de Prevención, Extinción y Salvamento de Aragón. Una mala interpretación de esta ley por un medio de comunicación oscense creó confusión e indujo a  pensar que se arrebataba a los Grupos de Rescate de la Guardia Civil la competencia de los rescates en la montaña. Ante esta situación, los guardas de los refugios y albergues de Estós, Góriz, Angel Orús, Riglos, Lizara, Rabadá-Navarro, Respumoso, Casa de Piedra, Pineta, Viadós, Montfalcó, Morata, Linza, Gabardita y Bujaruelo, emitieron un comunicado en el que, entre otras cosas, decían lo siguiente:


“Queremos manifestar nuestro total e incondicional apoyo a las Unidades de Rescate de la Guardia Civil, que son las que cuentan con el máximo respaldo nacional e internacional por su trabajo y por la gran labor social que hacen en los núcleos en los que residen.


Todos reconocen su eficiente labor en el rescate, no solo en la alta montaña, sino también en barrancos y cualquier actividad deportiva que esté relacionada con la montaña…Los refugios de montaña y sus guardas participamos en la ayuda a los accidentados de montaña, ya que, muchas veces, el refugio es el punto al que los compañeros del accidentado acuden a fin de poder dar la primera voz de alarma. Precisamente por eso, por estar ahí en el momento crítico, podemos dar fe de primera mano de su gran trabajo profesional y abnegado…, de su eficacia y resolución para llegar al accidentado y prestar la tan necesaria ayuda ante cualquier adversidad climática o técnica, del mucho esfuerzo que, día a día, realizan en entrenarse y estar preparados, pero, sobre todo, damos fe del altísimo grado de humanidad que trasmiten y muestran…Como colectivo profesional vinculado a la montaña y al montañismo que somos, nos sentimos mucho más seguros sabiendo que están ahí cuando los necesitamos”.


El tercer dato me lo proporciona la entrevista que aparece en el Heraldo de Aragón el día 1 de septiembre de 2014. En ella, el presidente de la Federación Española de Montañismo, Juan Garrigós, afirma textualmente: “El Grupo de Rescate de la Guardia Civil es realmente extraordinario y está entre los mejores de Europa”.


Permitidme que, a modo de resumen y síntesis, añada un último elogio   tributado a las Entidades de Rescate con ocasión de una recientísima operación llevada a cabo en el Pirineo aragonés, operación que me complazco en recordar y detallar ahora.


 Como sabéis, la lluvia y la nieve, el hielo y el viento hicieron  del invierno de este  año una estación particularmente dura en toda España. Nuestra comunidad no fue una excepción, y no faltaron jornadas  graves, en las que el irresistible poder de la naturaleza  causó cuantiosos daños materiales y estuvo a punto de provocar irremediables tragedias personales en nuestro territorio. En concreto, los días 20 y 21 del pasado mes de febrero  resultaron particularmente angustiosos, terribles,  insoportables, para el sargento de la Guardia Civil, José Sánchez, de 30 años, natural de Bilbao, y para el teniente del Ejército, Jesús Chicharro, de 29 años, madrileño, destinado en el cuartel de la Victoria de Jaca. Ambos  realizaban una travesía entre Astún y Rioseta en Candanchú cuando, encontrándose a 2.050 metros de altitud y con una temperatura de 13 grados bajo 0, quedaron aislados,  sorprendidos por una intensa tormenta de nieve, acompañada por rachas de viento de  más de 100 kilómetros por hora. 


Fueron excepcionales las peripecias vividas por estos dos jóvenes militares durante casi cuarenta y ocho   horas, de día y de noche.  El relato de la sensacional aventura de su rescate se halla escrita con llamativos titulares, impactantes fotografías y toda clase de pormenores en los medios informativos locales. 


Al hilo de estas informaciones en los medios locales, apareció en las páginas de opinión del Heraldo de Aragón, un artículo firmado por Ángel Gorri, titulado “Alta Montaña” en el que, comentaba los hechos y concluía con estas palabras textuales: “El desenlace  nos regala una impagable enseñanza, la de saber que los equipos de rescate de montaña que tenemos en Aragón son una garantía y un regalo para todos los amantes de nuestro Pirineo. Merecedores en varias ocasiones de reconocimientos oficiales, éstos nunca llegarán a compensar toda su entrega y altruismo”.
 

 Debo señalar  que esta hazaña de las Unidades de Rescate protagonizada en Candanchú hace dos meses, aun siendo muy llamativa e importante, no es más que una modesta imagen del abultado y hermoso álbum de servicios que presta a la sociedad la nunca suficientemente ponderada profesionalidad de la Guardia Civil en nuestras montañas.


Resulta imposible trazar aquí siquiera un resumen de su impresionante y polifacética labor durante los últimos años en España. Como quiera que el mayor número de accidentes en nuestro país se concentra en el Pirineo aragonés, nada menos que el 35,29 % del total nacional, me limitaré a dar unas cifras sobre  su trabajo en nuestro territorio. En el Alto Aragón, según datos del Gobierno regional, dados el pasado 2 de Febrero en el Parlamento autonómico a preguntas de dos diputados, estas son las cifras oficiales:


En los años 2010, 2011, 2012, 2013,  y los nueve primeros meses de 2014, la Guardia Civil ha tenido conocimiento de un total de 1.650 accidentes de montaña en la provincia de Huesca. La media de cada uno de los ejercicios se sitúa entre los 314 y los 345, o sea, casi uno por día.  Los datos son todavía más significativos y elocuentes, si reducimos el balance al periodo que va de enero a septiembre de 2014. Solo en estos nueve meses, los Grupos de Montaña han llevado a cabo 341 intervenciones, un 20 % más que en 2013, con un total de 597 rescatados, un 3 % más que el año anterior.



Pero, señoras y señores, amigos todos. Esta distinción que entregamos hoy no premia la cantidad, sino la calidad. No valora tanto un hecho aislado, por muy excepcional y sobresaliente que sea, cuanto una trayectoria. No se detiene en contar el número de horas de un trabajo, sino en subrayar el espíritu con que ese trabajo se realiza. Quienes hemos creado y otorgamos este Premio y seleccionamos a los merecedores del mismo, analizamos, medimos y exaltamos exclusivamente la excelencia en el desempeño de las funciones que a cada uno le corresponden. Este premio es una distinción al esmero, al primor, a la eficacia, a la conciencia personal, al sacrificio. Es el galardón a la meticulosidad, a la perfección, a la obra acabada. En una palabra, al trabajo bien hecho. Hoy Rotary no premia una proeza ni los centenares de heroicidades que se realizan cada año, sino, simplemente, recuerda, publica, divulga y enaltece una manera de entender la profesión. Esta gala en concreto es el homenaje a quienes, como reza el acta de concesión, ofrecen su propia vida por salvar la vida de los demás. En fin, este premio, permítasenos la expresión a nosotros que intentamos trabajar por la paz de las naciones y el entendimiento entre los pueblos, este Premio, repito, es una especie de declaración de guerra contra la improvisación y la prisa, contra la frivolidad y la torpeza, contra la ligereza y la chapuza, esas lacras que tanto abundan desgraciadamente hoy en la práctica de las obligaciones profesionales.


 Créanme que, cuando leo y veo cómo se llevan a cabo las operaciones de rescate, se me curre pensar que, tal vez los guardias civiles que intervienen en acciones de tanto riesgo han leído a Antonio Machado y recuerdan aquel sabio y acertado aforismo que el poeta andaluz daba  a sus alumnos antes de embarcarse en una empresa cualquiera:


“Despacito y buena letra,

 Que el hacer las cosas bien

importa más que el hacerlas”


Hacer  bien las cosas. Sólo es eso. Es poco. Y, sin embargo, eso es todo. Hacer bien las cosas por muy difíciles y arriesgadas que sean es la única senda que conduce a la excelencia.


Quisiera decir siquiera unas breves palabras sobre un asunto bastante desconocido, pero que se me antoja muy importane. Me refiero a los costes de las operaciones de salvamento. Debo aclarar que hay costes económicos que son tangibles, pero hay otros muchos, más difíciles de cuantificar, en los que resulta muy complejo, por no decir imposible, precisar la cantidad exacta de los dispendios ocasionados. Tales son, por ejemplo, el número de agentes que participan, el importe de su hora de servicio, las actividades de formación previa que ha realizado cada uno de ellos,  los cursos de actualización y perfeccionamiento, los materiales que se utilizan y su ciclo de vida, la duración exacta del auxilio o el combustible, etc…


Sí que, en cambio, es  perfectamente cuantificable el coste económico de las horas de vuelo del helicóptero, un aparato que se utiliza en un alto porcentaje de los rescates. En los años 2010, 11, 12, 13 y los nueve primeros meses de 2014, han costado 2.274.000 euros.  Por cierto, un hecho curioso que ilustra muy bien el asunto de que estoy hablando. En la ruta del Cares, que discurre por los Picos de Europa, entre León y Asturias, concretamente entre Cain (León) y Pancebo (Asturias), el año 2013, un hombre se accidentó cuando la recorría de noche y en bicicleta. Los Servicios de Rescate del Principado de Asturias le cobraron por el servicio de helicóptero medicalizado a razón de 2.014 euros por hora. Esta es la única vez, y quizás la última, que se cobró, porque había excesiva imprudencia y negligencia.


Esta mención del coste del uso del helicóptero en las operaciones  de rescate, me lleva de la mano a manifestar en voz bien alta la importancia que tienen las dos Unidades de Helicópteros con sede en Huesca y Benasque, integradas  en las Unidades de Rescate e Intervención en Montaña de la Guardia Civil en Aragón. Su misión, cuando son requeridos sus servicios, es no solamente encomiable, arriesgada y ejemplar, sino, sobre todo, imprescindible. En reconocimiento de su difícil y meritísima actividad y como minúsculo homenaje a sus hombres, me complace evocar el brevísimo elogio poético que les dedicó el periodista aragonés Luis María López Allué que escribió:


    Al despertar, se encontró frente a frente
    con las nevadas cumbres del Pirineo.   
    Un frío horrible y punzante sintió que le
    atravesaba el corazón.    
    Aquellas encanecidas crestas que rasgaban las nubes
    con olímpica majestad, lo aniquilaba y empequeñecía,
    sintiéndose débil e impotente para salvarlas.
    Ligero como los sarrios,
    trepaba por los atajos y veredas,  trasponía las cumbres,
    salvaba los precipicios, y caminaba alegre, henchido de júbilo,
    como emigrado que retorna a su patria

  Señoras y señores, he dedicado muchas horas a informarme del quehacer del grupo de hombres y mujeres a los que estamos enalteciendo hoy. He tratado de documentarme debidamente para poder hablar con rigor, sin dejarme llevar por mis propios sentimientos o por opiniones ajenas. He revivido  no pocas y variadas anécdotas y vivencias personales compartidas a lo largo de mi vida con la Guardia Civil. He repasado en las hemerotecas los emocionantes relatos de los últimos rescates en nuestro Aragón. He vuelto a conmoverme releyendo la crónica de la tragedia vivida el pasado 23 de agosto en el pico leonés de La Polinosa , en la que murieron un capitán, un teniente y un agente de la Guardia Civil mientras lograban salvar  a un joven montañero.


Y, al revisar despaciosamente todo ese material,  trato de dar con la clave que me  explique lo inexplicable, que me aclare cómo es posible llevar la lealtad profesional y la voluntad de servicio hasta el extremo de estar dispuesto a ofrecer la propia vida por salvar la de los demás. Y no acabo de encontrar esa llave. Incluso, me pregunto, a veces, si los componentes de las Unidades de Rescate e Intervención en la Montaña de Aragón son de otra madera, si, tal vez, estarán hechos de otra pasta o si, quién sabe, los dioses inmortales les otorgaron un don especial, una fortaleza sobrehumana. Pero no consigo hallar una respuesta convincente al porqué del amor a tanto riesgo, a tanta renuncia, a tanto sacrificio, en definitiva,  al porqué de tan colosal amor  a la profesión y al ser humano.

Tengo para mí que  las pautas de su conducta  están previstas, asumidas y explicadas en un Documento excepcional que todo Guardia Civil tiene la obligación de sabérselo de memoria. Creo que es ese Documento,  grabado en la mente y en el corazón de cada uno de los miembros de las Unidades de Rescate, el que ha sido capaz de ofreceros una  formación excepcional del carácter, un incansable afán de superación y generosidad, de osadía y de servicio a los más necesitados de auxilio  por encontrarse en situaciones gravemente peligrosas.


 Ese Documento tiene un nombre muy modesto, pero un contenido sublime. Se llama Cartilla del Guardia Civil. No conozco institución alguna, ni pública ni privada, que se haya impuesto a sí misma un código ético de tanta exigencia como el de esa Cartilla que rige el comportamiento de todos y cada uno de los miembros que integran la Guardia Civil en el ejercicios de sus respectivas misiones.  Basado en el honor, la disciplina y el patriotismo, ese Código, redactado en 1844 y puesto en marcha en 1845 por el Duque de Ahumada, creador de la Benemérita Institución, constituye todavía hoy, ciento setenta años después,  un Documento de un valor moral incalculable que bien podría y debería servir de modelo y estímulo a cuantos, en nuestros días, tienen responsabilidades públicas. 


 Sí, la Cartilla del Guardia Civil, que lleváis en la sangre, os ha infundido una especie de mística que os hace diferentes del común de los mortales, y  os da coraje para vencer el miedo y despreciar la cobardía, una mística que os impulsa a rechazar la tentación de la comodidad y de la indiferencia, una mística que os hace disponibles a todas horas, de día y de noche, y en cualquier estación del año, una mística que os empuja a poner en práctica el conocido lema “citius”, “altius”, “fortius” en una imaginaria olimpíada no del músculo sino del espíritu, una mística que educa y fortalece la voluntad como el mejor método, como la más eficaz pedagogía de superación personal.  



Miembros de las Unidades de Rescate e Intervención de Montaña en Aragón: el Delegado del Gobierno en Aragón; el general Tocón Diez,  jefe de la 8ª zona de Aragón de la Guardia Civil; el Coronel, jefe del Servicio de Montaña; todos los miembros de la siempre querida y admirada Benemérita: el Rotary Club de Zaragoza; y, con Rotary, toda la sociedad aragonesa os felicitamos de corazón y os damos la más sincera enhorabuena por esta distinción tan merecida. 


Pero, sobre todo, montañeros del alma, atletas de las cumbres del espíritu, “ochomilistas” de los más elevados  valores humanos, gracias de todo corazón, muchísimas gracias  por ser como sois, gracias por el excelente ejemplo que  dais a diario en el cumplimiento del deber.


 HE DICHO


Juan Antonio Gracia Gimeno



Zaragoza, 21 de abril de 2015





        

       








miércoles, 1 de abril de 2015

GENTES DE MI TIEMPO Y DE MI TIERRA

Agustín Gericó



Buenas tardes amigos:

Si mal no recuerdo, jamás en los cinco años que tiene de vida esta emisión, he dedicado los apretados cinco minutos de que dispongo a un comentario necrológico.

Quizás, el irrenunciable y voluntario pespunte de optimismo con que deseo siempre atar mis palabras hayan sido un inevitable obstáculo para un recuerdo mortuorio. Es mejor así, porque el Día del Señor es un día de palpitante alegría y ni la más mínima sombra de tristeza debe empañar nuestra humana participación en la gran victoria de Jesucristo. Sin embargo, hoy quiero traer aquí el emocionado y reverente recuerdo de alguien que se marchó anteayer a la Casa del Padre de los cielos con la misma humildad y el mismo silencio con que quemó su larga vida al servicio de los pobres.

Ha muerto D. Agustín. Quizás estas tres palabras sean bastantes para que muchos zaragozanos se enteren de que ha desaparecido un sacerdote sencillo, bueno, piadoso, santo. A D. Agustín Gericó le sobraban títulos para resplandecer con el brillo fácil que da una categoría intelectual como la que él tenía o para hacerse respetar con las insignias que podía lucir en la sotana vieja, entre ellas la de oro de la Ciudad. Pero a D. Agustín Gericó nadie lo hubiera podido encontrar sentado en la cátedra, ni pronunciando discursos, ni siquiera orlado con el carmesí de sus ropajes de prebendado. El trono de este sacerdote, honra y orgullo del Cabildo zaragozano, su auténtica cátedra ambulante, su campo de misión se encontraba en el popular barrio de San José.

Ahí construyó cientos y cientos de pisos aliviando de manera eficaz a resolver el gravísimo problema de la vivienda. Allí edificó una iglesia, creó varias escuelas de primera enseñanza, construyó un cine y hasta se encargó de levantar un campo de fútbol. Cuando hablar de enseñanza profesional era un sueño, él había puesto en perfecto funcionamiento varias escuelas de este tipo y, antes que nadie, construyó en el corazón del Pirineo aragonés una residencia fantástica para que fueran a veranear los hijos de los obreros. Aquí, en ese Barrio de San José, dio su mejor lección de justicia social, siendo un profeta, es decir, un signo de Dios en medio de la masa descreída y hasta un mártir, porque, a pesar de que se le rompiera el corazón de tanto darlo a pedazos, no encontró en su infatigable siembra del bien más que dificultades, envidias, recelos y calumnias.

En el barrio de San José estaba su cátedra y en la capilla del Pilar su oratorio. Ver a D.  Agustín Gericó horas enteras de rodillas en el suelo de la Capilla del Pilar era un  espectáculo impresionante. Metida la cabeza en el pecho, los ojos cerrados, apretando fuertemente el sombrero en las manos sarmentosas, se tenía la impresión de que aquel hombre que vivía la angustia del cemento, del ladrillo, de las certificaciones, de los créditos, tenía, además, el privilegio de conversar con los ángeles. Su figura recortada en cualquier rincón de esa Basílica de la que era celoso Arcipreste era la estampa de quien tenía trato familiar con Dios y vivía en
éxtasis en los cortos espacios en que podía dejar descansar su cerebro.

Hombres tan buenos no debieran morir nunca. Aunque comprendo que esto ya es egoísmo de los que seguimos tan de lejos sus huellas. Porque también Dios debía tener prisa por tenerlo a su lado, en el descanso de la paz inalterable de los justos. Queden sin embargo mis palabras como modesto epitafio, lejanísimo eco de las palabras que Cristo le dijo en el momento del definitivo y  glorioso encuentro: “Ven, bendito de mi Padre, porque tuve hambre y me diste de comer, estaba sin casa y me diste cobijo...”

Perdonad, amigos, si me he atrevido a traer hasta vuestra mesa festiva esta remembranza dolorida. Pero he creído saldar, en nombre vuestro, una deuda de gratitud que la Ciudad entera debía a este sacerdote bueno que se nos ha ido, como vivió, sin hacer ruido, dejando a su paso por la tierra una siembra de estrellas.
                                                                                                        
                                                                                                           14 de mayo de 1967


GENTES DE MI TIEMPO Y DE MI TIERRA

José María Albareda



Estas cuartillas las escribo con un mes de retraso. Lo prefiero así, porque un mes de por medio recorta la emoción y robustece la sinceridad. Aunque no robe ni siquiera un ápice al dolor. Lo que pasa es que la pena ha dejado de ser alborotada para convertirse en tristeza serena.

Sobre el excelentísimo señor don José María Albareda y Herrera se escribieron en los periódicos, de Madrid sobre todo, todas las elegías que merecieron su categoría científica y su prestigioso rango académico. Yo no puedo añadir nada a lo que se ha dicho, por la simple razón de que yo siempre me detuve embelesado en los contornos de su encantador y entrañable bagaje humano, sin urgencia alguna por escalar las cimas de su personalidad intelectual. Tanto me detuve que, si me lo permitiera esa docena de sobrinos que va desde Miguel Ángel hasta Chiquinquirá, yo le llamaría aquí como le he llamado siempre desde que le conocí, igual que ellos: “tío José María”. Son deliciosas confianzas que pueden permitirse cuando se ha llegado hasta el fondo de su alma no por los anchos caminos del saber, sino por los humildes atajos de la amistad compartida.

Quizás todo se explique porque yo nunca vi a don José María con la solemne muceta, ni sentado en la cátedra, ni en la presidencia de un congreso internacional. Su figura, para mí, está precisada y limitada en Guisema, esa casa familiar siempre abierta al sol, a la amistad y al buen humor, donde yo creo que él pasaba, junto a los suyos, las horas más cálidas de su vida. Fue allí, caminando hacia la fuente de la Cierva por las mañanas, tras su misa recoleta, o alargando la noche en la fogata del gran hogar, donde él explicaba a todos la soberana lección de su bondad. Fue allí donde él encontraba su verdadera parroquia, entre las gentes humildes para las que siempre tenía a flor de labios la mejor de sus sonrisas. Fue allí donde los niños todos escuchaban embobados las peripecias de sus largos viajes que él les contaba con la misma unción que se pone cuando se da una clase de catecismo. Porque el caso es que siempre terminaba hablándoles de Dios. 

Yo tuve, pues, la fortuna de conocerle en Guisema. Bueno, en Guisema y en el altar. Siempre tendré por bendición de Dios el haber podido estar junto a él en sus primeras misas, en sus primeros bautizos, en sus primeras bodas, tan cerca que yo era testigo excepcional del tembloroso quejido, de las serenas lágrimas que empapaban sus ojos cuando este hombre sabio celebraba el Misterio. Toda su capacidad creadora, todas sus dotes de investigador se diluían como por milagro cada vez que colocaba sobre sus hombros una casulla para dar paso a la torrentera de gracia, de eucaristía y de perdón que brotaba de su imagen transfigurada. Doy gracias a Dios de que me haya permitido ser, en sus primeros pasos sacerdotales, algo así como un acólito, o como su diácono, pero quitando a esta función sagrada todo lo que pudiera haber de servicio personal, porque en él no cabía otro señorío que el de su asombrosa humildad.

Estar junto a él (y yo me he pasado jornadas enteras) era estar en situación constante de aprendizaje y de revisión de vida. Personalmente, al dejarle por la noche, mi examen de conciencia era más sincero. Porque ese hombre, no con palabras rebuscadas, sino con su sola y delicada presencia, llegaba hasta el fondo y te hacía mirar hacia las estrellas. Pobre, humilde, sencillo como un Cura de aldea, nadie hubiera dicho que encerraba en tan ingenuos contornos la inteligencia de un sabio. Nadie que no haya palpado la cercanía de su humanísimo corazón habrá podido descubrir la inmensa ternura en que se bañaba su ser entero.

Era tímido, dolorosamente tímido don José María. Hasta en la muerte. Se nos ha ido como vivió, calladamente, sin hacer ruido, sin llamar la atención, teniendo a su lado solamente a los suyos, a los que más quería. Se nos ha ido como se van los santos, dejándonos la certeza de un valedor en el cielo, y la pena, el remordimiento de no haber sabido sorber todo el caudal de gracia que derramaban sus labios y sus manos.

Murió hace un mes. En el Domingo de Pasión. Como si Dios tuviera prisa porque su siervo bueno y fiel celebrara la Pascua allá en el cielo.
 

  27 de abril de 1966